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En la vida, a menudo nos encontramos lidiando con las limitaciones de nuestro cuerpo. Si tan solo pudiéramos prescindir de él, podríamos ir más rápido y sin obstáculos. Nuestro cuerpo parece ser una carga constante, algo con lo que debemos lidiar y encontrar cómo acomodarlo. Algunos se sientan y se estacionan, mientras que otros parecen rodar sin cesar. Nuestro cuerpo nos estorba y debemos buscar la manera de manejarlo.
El cuerpo puede causarnos dolores y molestias constantes. La cabeza duele, las nalgas duelen, los hombros duelen, la columna duele, los pies duelen. Es un continuo encarte. Es como si el cuerpo estuviera conspirando en su contra para hacerle la vida difícil. El cuerpo es un recordatorio constante de nuestras limitaciones y vulnerabilidades.
Parece que Dios, en su sabiduría, sabía que el cuerpo sería un obstáculo para nosotros. Por eso, decidió dejarnos aquí en la tierra cuando llegamos a nuestro fin. Él dijo: «No traigan eso aquí. ¿Cómo voy a soportar a todos esos quejumbrosos con dolores de cabeza, dolor de columna, dolor de trasero, dolor de rodillas, dolor de todo el cuerpo?». Dios es sabio y entiende que no podemos llegar al paraíso con todos estos molestos problemas físicos.
Es interesante notar que Dios tiene una política muy clara en el cielo: «Hasta que la muerte los separe». Él no se lleva a las personas casadas. No quiere tener que lidiar con las parejas discutiendo, con problemas matrimoniales y desacuerdos en el cielo. Es como si Dios dijera: «Quédense con todas esas peleas allá abajo. Aquí estoy yo y las cosas son diferentes».
Entonces, ¿por qué no aplicar la misma lógica a nuestro propio cuerpo? ¿Por qué no aprender a manejar estas molestias físicas de la misma manera que Dios lo hace con las parejas? En lugar de dejarnos abrumar por el dolor y la incomodidad, ¿no sería mejor simplemente aceptarlo y seguir adelante?
Podemos aprender mucho de la sabiduría divina. Si dejamos de resistir y luchar contra nuestro cuerpo, podemos encontrar maneras de adaptarnos y superar sus limitaciones. Podemos aceptar que el dolor y la incomodidad son parte de la experiencia humana y aprender a vivir con ellos.
Además, al aceptar las limitaciones de nuestro cuerpo, podemos encontrar formas de cuidarlo y mantenerlo en buen estado. En lugar de luchar constantemente contra las molestias, podemos adoptar hábitos saludables y buscar tratamientos que nos ayuden a aliviar el dolor y mejorar nuestra calidad de vida.
Así como Dios decide quién puede entrar al cielo, nosotros también podemos tomar decisiones que afecten nuestro bienestar físico. Podemos elegir llevar una vida saludable, hacer ejercicio regularmente, comer bien y descansar lo suficiente. Estas elecciones pueden marcar una gran diferencia en cómo nos sentimos y cómo enfrentamos los desafíos físicos.
En última instancia, nuestro cuerpo es parte de nosotros, y aunque pueda ser molesto en ocasiones, también nos brinda la capacidad de experimentar el mundo y todos sus placeres. En lugar de verlo como un obstáculo, podemos apreciarlo como un regalo y tratar de cuidarlo de la mejor manera posible.
Entonces, la próxima vez que sientas que tu cuerpo te está estorbando, recuerda la sabiduría divina y busca formas de aceptarlo y adaptarte. No te resistas ni luches contra él. Encuentra el equilibrio entre cuidarlo y vivir plenamente. Aceptar las limitaciones de nuestro cuerpo nos permite disfrutar de la vida en toda su plenitud.
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